Saturday, January 10, 2015

Con las disculpas del caso a todos esos monstruos que tienen la honestidad de mostrarse como son.

Miro las tendencias en twitter. Me entero de que han asesinado a una joven, casi una niña. Reviso las publicaciones y, por un momento enrollo el ovillo del tiempo y la niña deja de estar muerta en una bolsa de basura. Por un momento solo ha desaparecido. Se ha desvanecido.

Me siento solo en una fonda. Pido un pedazo de entraña y, como me doy cuenta de que es mía, hago todo lo posible por volverla a su sitio.

Para que el resto de los parroquianos no adviertan mi descubrimiento, la mastico y la acompañó con papas fritas.

Mientras me acomodo las tripas alzó la vista y en el televisor, sin sonido veo a la madre de la niña. Le falta algo. Le falta la tristeza, pero nadie parece notarlo. Después de todo, a mi me faltaba la entraña y nadie me ha señalado.

Me despierto. Enciendo el televisor y lo dejo susurrar: la mataron en casa. Mamá sabía.

Me deshago de mis entrañas en el baño porque no han cuajado con mi ser.

Pienso que tuvimos que inventarnos dios para vigilar nuestra capacidad de lo atroz. Pienso que luego reconocimos que debíamos escribir nuestras propias reglas y vigilarlos a nosotros mismos.

Delineamos en papeles los límites de nuestro libre albedrío, estrechándolo y ensanchándolo.

Sigo escuchando el susurro y me pregunto si no habremos trastocado algo el día en que reproducirse se convirtió en un derecho de los adultos. Un derecho que, como se puede ver, se confunde fácilmente con el de la propiedad sobre un hijo.

Me pregunto si no se ha vulnerado incluso el derecho de los niños a tener padres.

Una cosa es segura. Por ahora tienen el derecho a ser paridos por monstruos.




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