Saturday, October 21, 2017

Inmunología

Escribo esto para sobrellevar un día triste en extremo. Sepan disculparme.
En este país no hay una sola sociedad. Es tan vasto y diverso, que bajo un ordenamiento jurídico, un estado, pretendemos una sola nación.

Usted sabe que no es así.¿Qué tiene que ver esta ciudad que mira todo el tiempo con añoranza a Europa con, por ejemplo, Milagro Sala?

Muy poco. Tal vez usted responda mostrando expedientes judiciales. Pero es otra cosa la que quiero que vea:

Intentamos aglutinar comunidades, en algunos casos, me animo a decir, naciones, bajo esa estructura jurídica que, además resulta estar en construcción permanente, que llamamos estado. Luego olvidamos ese estado de imperfección y como dije, lo pretendemos una única nación.

Voy a intentar entonces con otro ejemplo:

Los mapuches, que ya sé que algún lector los acusará de terrorismo secesionista, pero le pido a ese lector que me conceda unas líneas más, son unos de esos grupos, unas de esas comunidades que, de facto, hemos acomodado dentro de esa estructura simbólica. Claro que los hemos acomodado en un rincón difícil de sobrellevar.

Imagine usted que sus bisabuelos o abuelos no han bajado de un barco que ha cruzado el Océano Atlántico. Imagine que sus padres le enseñaron que sus ancestros no conocían la idea de la mercancía ni la de la propiedad privada. Imagine que en un pasado remoto, en su poblado, cuentan, que la propiedad era una cuestión comunal. Un pasado que lentamente se va convirtiendo en leyenda en el que los excedentes de alimentos eran cedidos a comunidades que habían tenido el infortunio de una mala cosecha.

Piense usted que hoy a esa gente, queremos, en colisión con sus tradiciones, convencerlos de que ahora, la tierra es un bien de cambio registrable y que los excedentes de la tierra son commodities

Me concederá que nuestro primer impulso es acusar a estas personas de atraso. De querer vivir en un pasado perimido. 

Nos permitimos ese impulso porque nuestra sociedad cree que ha construido algo mejor que el ordenamiento de este pueblo. Pero ¿Es mejor?¿Es tanto mejor nuestra manera de hacer las cosas?

Miramos con desdén a personas que viven la tierra como a una divinidad y que no pueden entender eso que le queremos hacer entender con el código civil. Nos indignamos porque no reciben con beneplácito el advenimiento de la propiedad privada encarnado en los chaperios que, de a poco van dejando espacio a los latifundios de la modernidad. 

De todos modos, apenas se quejan pues apenas tienen unos pocos anticuerpos para resistir el orden de cosas que se les imponen. Son los pobres entre los pobres. Mientras tanto nos contentamos pensando en esa cosa inasible llamada progreso.

¿Pero qué tan perfecto es nuestro progreso?¿No tenemos el mismo problema inmunológico?

Hágase la pregunta conmigo.

No piense en especial en este gobierno, en el anterior o en otro. Haga un esfuerzo de abstracción. Por favor. A mí también me cuesta. Claro que alguno me gusta más que otro pero no es importante en este momento.

Usted y yo tenemos la suerte de no vivir en una monarquía lo cual es a mi juicio una ventaja. La idea de un gobernante elegido por la divinidad, personalmente, me aterra.

Como usted, creo, algunos días que vivo en el más razonable de los sistemas de gobierno: la democracia.

Otros días me pregunto ¿Cuál es la distancia real que nos separa de aquellos que han sido, literalmente, conquistados?

Stephen Hawking hace poco desaconsejó continuar con la búsqueda de vida extraterrestre recordando las consecuencias nefastas que cada pueblo ha experimentado en las ocasiones al encontrarse con otras civilizaciones que las descubren y las conquistan.

En ese sentido le propongo la siguiente duda: ¿Son los radio telescopios del SETI los que hay que apagar o las pantallas de nuestros televisores?

¿Es nuestra democracia inmune a la invasión de los mensajes que los medios masivos transmiten?

En la democracia delegativa que abrazamos con tranquilidad y a veces con fervor, al final del día nos encontramos pudiendo elegir entre opciones finitas, escasas y con un nivel de garantía ridículo, con suerte cada par de años.

El nivel de garantía de que el voto sea traducido en las acciones prometidas, propagadas en esos televisores y radios que, a esta hora, si me lee, Stephen, debe estar tratando arrojar por un agujero negro -al menos teóricamente- es casi nulo. Tuvimos un presidente que explicó que no podía contarnos sus intenciones reales en la campaña.

Como contrapartida, esos mensajes se nos enquistan en la cabeza y consiguen que nos identifiquemos con personas, ideas o intereses que difícilmente son los nuestros.

Imagino que usted ha identificado esas invitaciones a vivir el futuro con esa cosa irracional que es la fe. Y, si no lo ha hecho, lo invito a mirar el mundo con desconfianza. Le pido que recapacite sobre los intereses de quienes le están hablando. Sobre todo cuando le están pidiendo ese pedacito de su participación. Ese rincón en el que usted, que se parece a mí, también se parece a un mapuche que vive sin luz en una casilla de chapas en las márgenes de un latifundio o en un desocupado que está en un asentamiento en el conurbano o, a lo mejor, incluso dentro de esta ciudad que mira el río queriéndolo mar.

Ahora sí. Ahora que le he implantado la duda, incluso acerca de mis palabras, piense en el gobierno que quiera, en el país que quiera, en el mundo que quiera.


Tuesday, March 7, 2017

La rubia de bolsillo y la moda pasajera

depeche-2

Como cada tanto, el otro día viajé en el tiempo.

Del modo en el que suelo hacerlo. Un modo inconsistente.

La última vez que había visto a Cecilia, ella tenía, como era de esperarse, mi edad. Después de todo fuimos a la escuela juntos. Nos conocimos cuando nuestros guardapolvos aún no eran blancos. Nos perdimos el rastro después del séptimo grado e increíblemente, o no, desarrollamos algunos gustos en común en esa ausencia recíproca.

 

Los dos, en algún momento, nos cruzamos con depeche mode, pero en contradicción con el nombre de la banda , no nos resultó pasajero.

Incluso estuvimos, a eso de los veinte en uno de sus recitales en esta ciudad sin saber que el otro estaba ahí, en la multitud.

A los treinta y algo recuperamos el contacto y nos sorprendimos con algunas coincidencias.

Hace un tiempo, mi psicoanalista me habló, sin mencionar su nombre de una chica que lamentaba no haber visto un concierto de la banda, por cuestiones de edad.

No sé si de generoso, o por vanidoso, le hice llegar, sin conocerla, las grabaciones de los conciertos de 1994 y 2009. Claro que no le mandé un casette. Le pasé unos enlaces para descargar los archivos. Recibí un agradecimiento por interpósita persona y todo quedó ahí.

Hasta que un día mi analista abrió la puerta del consultorio y allí, con ella, estaba Cecilia con los veinte años que no le conocí. Rubia, como siempre.

“Este es el caballero que te envía las cosas de depeche mode” dijo Raquel.

Por un momento pensé en explicarle que ya nos conocíamos pero Cecilia evitó mi derivación a un psiquiatra acercándose con un beso en la mejilla y un “encantado”.

Me mostró que en su brazo derecho y llegando al hombro tenía un tatuado un verso de una canción de la banda.

Un poco por presbicia, un poco por pudor, no pude revisar bien su hombro así que no sé que canción era. No nos hemos cruzado de nuevo. Ni a tiempo ni a destiempo así que sigo sin saberlo.

Bonus track:

Como en la “Anteojito” acá viene pegado el regalo para descargar:

depeche mode en el Estadio Velez 8/4/1994

depeche mode en el Club Ciudad de Buenos Aires 17/10/2009


Thursday, March 2, 2017

Una crónica muy incompleta de mi paso por un locutorio para una sirena ahogada en vodka.

Hace más de diez años, a mi padre, que ya tenía dos familias, se le ocurrió que también necesitaba dos negocios familiares.
Se le ocurrió que quería tener un locutorio. PICT0004-1.JPG
Al principio, parecía que era algo que quería hacer con la familia que había tenido escondida pero necesitaba justificar sacar guita del negocio familiar que ya teníamos y terminamos metidos todos en ese despropósito que hizo que se revelara lo sorete que era él y lo pelotudo que puedo ser yo.
Una hermosa historia en la que termino en un hospital en la última discusión sin interpósita persona con él. Mi hermano corriendo desde Córdoba porque la cabeza me la abrió durante sus vacaciones.

El locutorio estaba sobre otra Córdoba, la Avenida. Y mi padre se murió sin volver a dirigirnos la palabra porque se convenció de que yo fundí la gallina de huevos de bronce.
Me tendría que haber dado cuenta de que había cometido un grave error en cuando tomé posesión del fondo de comercio (nota: nunca, nunca, nunca compre un fondo de comercio).
La empleada saliente de la familia armenia que nos había engañado para sacarse de encima un negocio declinante aderezado por un locador cuasi famoso que resultaría tan avaro que jamás reparó un agujero del techo del edificio, que poseía en su totalidad, me mostró, mientras Edmond y su papá Achot descorchaban un champán y comían unas frutillas, todos los últimos detalles: “Esta es la caja… Acá hay mil monedas de un centavo para los que se enojan cuando les redondeás los veintitrés centavos en veinticinco…las llaves fijas para los bulones que sujetan las computadoras para que los clientes no se las roben…”
Abrí los ojos como si me hubiera convertido en personaje de animé y la chica, que por cierto, era hermosa, sonrió y me dijo que la gente, si
podía, se robaba las computadoras y los teléfonos.

Yo nunca había hecho un trabajo en el que le viese la cara al cliente y, de hecho, me encerré, en la trastienda para poder seguir haciendo mi trabajo de gerente administrativo, financiero y de miscelánea del otro laburo de manera remota y pusimos empleados en el mostrador a lidiar con eso abominable que es el prójimo.
El local tenía diecisiete cabinas telefónicas y treinta computadoras. Una docena más siguiendo un capricho de mi padre que no pudo esperar una semana para tirar una pared abajo y comprar unas más nuevas con dos efectos colaterales:
El aire acondicionado nunca más refrigeró el local como correspondía y todo el mundo quería una de las computadoras nuevas, que estaban en el fondo, dando la impresión de tener el local vacío aún con una docena de usuarios de Messenger (El de Microsoft, no el de Facebook).Probablemente conversaban con sus dedos entre ellos dándose la espalda.
Debería haber sospechado que era el principio de un recorrido por un por una especie de jardín zoológico pero poblado por algo así como seres humanos en el momento en que mientras negociaba con Don Achot, que simulaba necesitar a su hijo Edmond de intérprete, terminé compartiendo un sillón de dos cuerpos con un Pitbull que, no sé bien que idioma hablaba.
Lo cierto es que pronto aprendí, a título oneroso, cosas como que las tarjetas telefónicas, eran en ese momento la cosa que más se robaba en este país sólo superada por los relojes de pulsera. Y nos las robaron usando exactamente el procedimiento que la hermosa chicaarmenia me explicó mientras yo sostenía las cosas que me iba dando en la toma de posesión.
No lo voy a contar en detalle porque me va a venir a buscar el INADI pero digamos que el procedimiento comienza con una pequeña multitud que decide que no puede hacer fila, rodea todo el mostrador del local, comienza con una serie peticiones simultáneas encabezada por una consulta por el código de área para llamar a la localidad peruana de Trujillo y finaliza con la desaparición de esa pequeña multitud y -en el relato de la chica, una computadora- miles de pesos en tarjetas prepagas telefónicas.

Esas tarjetas, me las vendía otro delincuente: Un ruso falso llamado Alexis (aquí va un apellido que graciosamente suena como “caca” en ruso) que no sólo no me daba crédito… ¡Terminó pidiéndome plata por adelantado todos los benditos días! Me llamaba pidiéndome cosas insólitas, como que no terciase a favor de su esposa en sus desavenencias conyugales -nunca entendí como- o que comprase -para ambos- cierta tarjeta con carácter de figurita difícil en un proveedor que lo había expulsado por incumplimientos que pronto conocería.

Todo esto sazonado por un grupete de dependientes verdaderamente rusos o ucranianos, incluyendo a la Larisa de los emails de “quiero ser tu novia rusa” y Oleg, un ucraniano que se comunicaba con onomatpeyas que, creo, querían decir, “Kalashnikov”.

Yo necesitaba, esas tarjetas, claro, para vendérselas a los clientes de esa filial del infierno y, supongo que era el celofán que las envolvía, pero gran parte de ellos pretendía fabricarse promociones de “2×1” alegando que la tarjeta que se les había vendido no había redundado en crédito en su teléfono celular por lo que pretendían, que se les entregase otra.
No voy a explicar como lo solucionamos porque la idea se le ocurrió a mi padre, que, por lo general, las ideas se las robaba a otros así que no le concederé el mérito.

Esos mismos monstruos, los clientes desarrollaron, en general una pretensión que hizo llevar adelante ese negocio fuese más difícil que ejerecer la medicina o el derecho. Los médicos que venían a mirar porno en las computadoras con cabina pueden dar fé.
Los concurrentes al local desarrollaron la convicción de que, a diferencia de un médico o un abogado, que tienen para con su paciente o representado, una obligación de medio, un boludo que tiene un locutorio debía de tener una obligación de fin.

En español: Un médico tiene que hacer todo lo posible para salvarte. El gil que le paga a una empresa de telecomunicaciones para poner un locutorio está obligado a puedas hablar con la tía Enriqueta. Aún si marcaste el número equivocado o la tía es una ingrata que tiene un contestador autómatico. (Aquí iba otra cosa que no puedo explicar por lo del INADI pero incluye una tarjeta prepaga con tarifas preferenciales para llamadas a ciertos países latinoamericanos). El gil del locutorio, es el reponsable de que no consigas escribir esa monografía sobre el factor RH e incluso que la dirección de email que de email que te dio esa chica “susanita@mejorcascatesolo.com.ar” no haga otra cosa que rebotar tus email lascivos.

Así que se volvió una cosa de todos los días que la gente no quisiese pagar los bienes o servicios que se comercializaban en el establecimiento.

Creo que el mejor ejemplo es el de una señora muy mayor que trajo una foto para esacanear y que le hiciésemos una impresión a todo color que no quería pagar porque en la copia no sólo salía su adorado nieto ¡También estaba la harpía de la novia del nene! a quién detestaba y por cuya imagen jamas pagaría ni un austral.
Claro que también había clientes que eran mucho más comprensivos y llevaban adelante ellos mismos la obligación de fin. Asi que, hasta que la policia me pidió un proxy que filtrase el porno – y luego también- tuvimos una nutrida y amorosa porción de la clientela que se proporcionó, con ayuda audiovisual, la satisafacción que otros de nuestros visitantes jamás parecían poder lograr:
El primer caso que recuerdo lo portagonizó un joven que se encerró en un una de nuestras cabinas con computadora y teléfono durante nueve horas a mirar materiales diversos, que, por cierto ,se podían ver por la puerta vidriada y que, contra toda indicación higiénica sacó de su mochila, al promediar la jornada, una vianda: Arroz con pollo, creo.
Luego aparecieron los que se masturbaban en sitios mas expuestos del local para beneplácito de mis dependientes, continuó con unos médicos del Hospital de Clínicas -una chica y dos chicos- que estudiaron varios videos y se fueron a un lugar más cómodo y llegó a su punto más alto con un llamado que me despertó cerca de la medianoche:
“- Marcos, la policia se llevó a unos que estaban cogiendo en la cabina 4”.
Era comprensible: En esa cabina no había computadora.
Y todas estas cosas con gente que, se supone ,tenía todos los caramelos en el frasco. Porque también había de los otros (hola INADI) que, por ejemplo decían que estaban buscando en las cercanías de mi oficina un baño que no existía pero que agradecían haber podido usar o uno que preguntaba por el Señor Mitre en una peculiar manera de pedir una moneda -en ese caso un billete.

Le prometí a la Vodka que le iba a escribir algo de todo este asunto pero se me agolpan los episodios. En especial los que tienen que ver con ese raro momento en que la gente descubrió que en Internet, todo era -y es- pornografía pero aún no tenían el servicio en su casa y al final venir al locutorio, para algunas personas, era como animarse a venir a la zona roja. Hasta nos visitaban varias travestis del barrio con el mismo propósito para beneplácito y excitación de los niños pequeños que eran liberados en el local por sus adultos responsables para poder usar un rato el ICQ sin molestias.

En el conocimiento de que algunos de los habituales visitantes hallaban algo de satisfacción una vez se me apareció, dispuesto a arrogarse la representación sindical  de nuestros empleados (correctamente declarados en el sindicato de telecomunicaciones) ¡El sindicato de los trabajadores de la diversión publica! que alegaba representar a jinetes de espectáculos de doma, operadores de scalextric, cantantes de karaoke, meretrices en departamentos privados, strippers y toda actividad en la que el trabajador asalariado consiga que una sonrisa o un gemido salga del cliente.

Cuando los números explicaron que no era cierto que Edmond y Achot anduviesen añorando una destruida ex República Soviética si no que el negocio era pésimo, mi hermano y yo resolvimos, en contra de la opinión de nuestro padre, salirnos del negocio.
En el medio de esa debacle ocurrió un último episodio risible.
Estaba intentando vender las instalaciones y un competidor del barrio vino con una chica a mirar las sillas que teníamos en el local.
Le pidió que se sentase y que le dijese que opinaba. Se alejó unos pasos de la que yo creía era su novia y me dijo casi en secreto:
“-mi empleada es una inútil, pero tiene un ojete descomunal. Si no la rompe, no la rompe el culo de nadie”.
Me compró seis.